JOSE MONTENEGRO PERERA:Una trayectoria social sin fines de lucro
Hay un sutil encanto en Solís de Mataojo, hay un camino manso y una fuerte impronta en la huellas de quienes lo caminaron.
Esta antigua localidad fundada en 1874, de naturaleza apacible, con una población de poco más de 3000 habitantes, ha tendido augurales caminos y ha sabido ser savia prolífera, en medio de un ritmo que se repite y un movimiento lento que da lugar a la pausa, esa que el alma necesita, esa, que da el llegar a tu centro, a tu espacio, a la memoria que se guarda, a los objetos cotidianos y a ese mirar pasar.
José Montenegro Perera nació aquí, un 19 de marzo de 1929 y si bien, el destino hacia otros lugares lo llevaría, la sensibilidad agradecida de mi protagonista, lo convierte hoy, en cada lugar, en historia viva.
Hijo de Rosendo Montenegro Montenegro y María Perera Bonilla, fue el segundo de 13 hermanos.
Envuelto en la dulce memoria, va encadenando el tiempo y comienzan a desfilar luminosas proyecciones de una vida que se vería estremecida de ideales. Regresa al terruño y en la paz meditativa de su primera infancia, alborea el recuerdo de quien fuera para él una gran ventaja evolutiva.
Con la curiosidad de la infancia lo vió pasar… “su estampa a caballo, de sombrero de ala ancha, botas de caña y pantalón de montar” aún se mantiene viva. Piezas únicas se fundirían en el paisaje y el paisaje en la poesía sinfónica del compositor Eduardo Fabini que en esa bella localidad, años antes nacería.
Florece así, en espontanea elocuencia, el recuerdo de la afición que el músico tenía por los pavos reales, y llegando a tener más de cien, la pequeña tarea de José, sería de gran ayuda y no en menos su corazón abrigaría.
A su lado, voló la estrofa y sonó la música en su oído. Palpitante de armonía, el pequeño espectador fue moldeando sus días.
“Obra de modo que merezcas a tu propio juicio y a juicio de los demás la eternidad, que te hagas insustituible, que no merezcas morir”
Miguel de Unamuno
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BEATRIZ VOLPI HEGUABURO: La música vive en las aulas
Aprendí de Alejandro el Platónico: A no decir ni escribir a nadie sin necesidad: " no tengo tiempo" Ello equivaldría a negarse, so pretexto de ocupaciones, a los altos deberes que nos imponen nuestras relaciones con la sociedad. Marco Aurelio. Libro Primero. Enseñanzas virtuosas.
Y como el tiempo está hecho de memoria, una exquisita Beatriz Volpi Heguaburo, me conduce sabiamente por la rica historia del Conservatorio Departamental de Música de la Ciudad de Salto “Mtro Bautista Peruchena” y suena el eco, y refulgen los recuerdos, de aquellos de creación constante, que dispuestos estaban a mantener un dialogo musical y poético con su tiempo.
Reconocido con el Premio a la Excelencia Ciudadana por Celade en 2016, hoy alrededor de doscientos alumnos revitalizan el alma de todos quienes formaron parte del querido Conservatorio, con ese contagio sano, como dice Beatriz, que la alegría de la juventud y la virtuosa melodía trae para constituirse en un verdadero organismo sinfónico.
Esta encantadora Profesora de piano egresada del Conservatorio Franz Liszt de Montevideo, docente, de extensa y rica actividad, Directora por muchos años del Conservatorio, me transporta entre ritmos y matices que quedan repartidos a lo largo de toda la charla. Su obra la distingue, como la distingue el agradecimiento que profesa a cada paso y que nunca nos dejó de expresar.
Pocas veces conocí a alguien con esa vigilia meditada, que ve en el otro las más puras virtudes del alma, y es lo que sucede con los espíritus avancistas, que reconocen, agradecen, saben de esa apreciación erudita que llega como acción estimulante hacia el otro; que lo impulsa, que es generosa, y jamás niega solidaridad.
Así como las facultades del alma importan tanto como las del cuerpo y hasta muy por encima podrían estar , la música allí comienza a ser ese “elemento de cohesión” donde toda creencia se genera en ella, construyendo la identidad de grupo, en el afecto y el compañerismo, llegando a esa admiración que produce el respeto.
La puntualidad, el cuidado de los objetos, la cortesía, son enseñanzas para siempre, poderosos incentivos al que el corazón pocas veces resiste, porque esa actitud honesta y decorosa agrada y llega por su natural belleza. Los sonidos vibran en cada rincón del Conservatorio, la música vive en las aulas, está en el aire, en el patio, han pasado por sus más de 75 años llena de magia y de poesía, alternó los ritmos, y en esa búsqueda de multiplicidad de lenguajes conjugó, todas las más bellas formas de expresión.
Gracias Beatriz por esta encantadora charla llena de acordes que cautivan y por el eterno reconocimiento hacia nuestra labor, porque animado de bellísimas vibraciones, llega para identificarse con el espíritu de la sociedad que queremos.
GRACIELA PEREYRA: Un alimonado cedrón me espera.
No fue fácil, muchas veces tuvieron que poner en crisol la realidad, dejarse moldear, y en la ruralidad “que es tan difícil mantener” hay sucesos que restan fuerza, y equilibrios que se alteran. Pero aquí “nadie se rinde, relampaguean siempre las ideas”.
Un cambio de perfil comienza a gestarse, pero la travesía no implicaría quebrar el hilo, al contrario, esas primeras reuniones, endurecerían y prolongarían ese tejido social; fortaleza y sostén de la familia. Había que adecuarse a las nuevas necesidades, introducir una mirada profesional, transformando aquella tarea tradicional en una productiva y económica. Rescatar los antiguos saberes, “el tanto por tanto” de nuestras abuelas, y los dulces almíbares, embriagados de color.
Los gestos deliciosamente jóvenes de las más inocentes, comenzaron a mezclarse con los de aquellas de los cientos de ensayos. El intercambio de conocimientos, y el perfecto calor de aquel rojizo color de las ollas de cobre, va dando paso a las modernas inoxidables. La cuchara de madera, la de acero o el palito, tradiciones y costumbres, emergen lentamente en cada voz, descubriendo la abundancia de una tierra hechizante.
Los cajones de mercado albergarían a los pequeños balbucientes. Por allí circulaba la vida, también lo hacía en el sabor a tierra y en el color enriquecido por la naturaleza, mientras las mermeladas se alargaban plácidamente en los bermellones y ambarinos.
Las jóvenes madres se movían en un ambiente que les era propio, pero aún se acurrucaban tímidamente. Pronto mirarían hacia delante, olfateando esperanza, “juntas en lo bueno y en lo malo”. Vivencias, crecimiento, amistad, cada una desenvuelve su interior, encontrando el cauce, orgullosas de llevar a sus casas “un vintén”.
Nueve mujeres se acercan por primera vez a un mostrador, con la mansedumbre del que sabe esperar, del que tiene la expectativa puesta en aprender, y una fuerza interior transformadora. Pronto estarían los primeros invernáculos, saturados de color: el perejil, la albahaca, y los tomates con sabor a tomate, perfumarían el ambiente con frescura primitiva.
No se abrieron puertas, las crearon, y con marcada intensidad caminaron juntas, y en aquella plenitud que estaban experimentando no sería extraño se continuaran perpetuando. Pronto estarían integrándose a la Red de Grupos de Mujeres Rurales del Uruguay.
En el año 2000 Graciela es electa para presidir la Red, y son 4 años de rica experiencia personal, que penetra en sus poros, para ser luego un reguero, que deja escapar en Mu. Ca. Chi.
Asimilado ese sabor, se plantan con definido acierto, con mesurada solidez que ya a esa altura las muestra robustas. Multiplican experiencia, repasan notas y apuntes. Recuerdan diálogos, exponen y sobresalen; la fuerza de la palabra y del trabajo prospera.
No hay nada antojadizo o fantástico en su vida, si hay mucho de sentado y bueno. Sus sueños son encarnados y se fundan en verdades. Sabe no las tiene en custodia, pero se encuentra empujada por la necesidad de su gente.
No se dispersa en sus recuerdos. Trae una vez más aquel suceso que el tiempo afianza en su grieta. Ocurrió un día de los tantos en el campo. Una visita inesperada la sorprende, y en medio de su manera clara de vivir, advierte que dos botas distintas calzaban sus pies. Esos que ese día no se reconocieron en base a color, si lo hacían cuando se fundían en la tierra.
La cortesía de la llegada hacía presumir la importancia de la nota, que aquella visitante extranjera, pretendía realizar. Por aquello que dice “los secretos de la vida no se revelan sino a la simpatía o entre semejantes”, un viejo cajón sirvió de baluarte para esconderlos. No se dispersa en aquel recuerdo, no lo suprime, lo saborea, es el modo como nos pellizcamos para estar siempre presentes.
Aquel grupo de mujeres, visualizó un mundo de vasta perspectiva. Seguidas por un grupo de hombres, y más tarde por aquellos vitales jóvenes de oficio, conforman en 2007, esa gran familia que denominaron, Sociedad de Fomento Rural de Canelón Chico. Hoy son más de 500 “donde el valor, y la buena conducta se ha consolidado conquistando y derribando obstáculos” donde el logro de la representatividad hoy, discurre en aquellos hombres y mujeres cuya naturaleza es a los ojos de todos, constructiva, ordenada y unida.
Hasta donde alcanza mi vista la veo marchar, condensa mi ilusión, resuenan sus palabras, “siempre hay un motivo para volver a empezar”. Es en su casa, y con Artemio donde en medio de un arcoíris de colores, produce apio, morrón, tomate, zapallitos… donde crecen las lechugas, y las chauchas. El hogar que ve llegar a Álvaro, el hijo “que perfuma las mañanas”. Un paisaje rico nos presenta el curso de las estaciones. El tiempo revela la madurez de los frutos y camina hacia la cosecha. Un alimonado cedrón me espera.
GRACIELA PEREYRA: Un trozo de tela color rojo.
Mirarla, es explicar su tiempo, despeja la mente y respira el aura. Con pendón inconfundible, sabe captar el ánimo del otro, llevar consuelo, y defender las causas justas, con el don del que tiene la elocuencia y las buenas palabras.
Son días de incontenible afán, y con valor ciego y osado, comienza participando en las comisiones escolares. Allí, donde los medios individuales muchas veces son insuficientes, pero las necesidades del otro son gigantes, conocer cada reflejo destemplado del ánimo y sentir la congoja del aislamiento, encausaría cada acción, esa, que naturalmente contagiosa, comenzaría a llevar con pasión.
Marca el año 1995 como aquel en que cinco aguerridas mujeres, comienzan esta gran travesía de ser Mu. Ca. Chi. (Mujeres de Canelón Chico).
Pronto descubro, que aquella “gran tarea casera y patriótica” de la que hablaba Ana Armand Ugón, se llena de propósito en su semblanza.
Aquel rol socializador que las Escuelas del Hogar cumplían en aquellas niñas rurales, no dista de ser Mu.Ca.Chi.
Echan raíces y se multiplican con la fuerza de quien se planta con reputación indeleble. La semejanza en las costumbres las unen, se sienten como una bandada de gansos: “rompe el aire quién va al frente, facilitando el vuelo a los que siguen, los de atrás empujan hacia delante, a los que le preceden”. Toman aliento del tránsito de los pájaros, de la tierra, de la piel arrebolada que señala ruralidad y que pretenden fortalecer en un “gran compromiso social, laboral y especialmente asociativo”.
Una voz, se tornó universal, se convirtió en estallido. Un grupo de acentos femeninos nacía para después dar cabida a un grupo de hombres y ver llegar, con el vigor de la brisa que se levanta, la juventud agigantada por aquellos vientos.
No había teléfono por aquellos tiempos, para hablar había que “cortar camino por el campo” por tierras anegadas o cubiertas de barro. Había que llegar, “había que juntarse para mejorar”.
Un trozo de tela color rojo, colgado en la punta de un poste en la zona más alta del predio familiar, era la manera de anunciar. Rojo, teñía la bóveda celeste, no era silencio, y su lenguaje no era débil, eran campanas sentir sonar. No era inmóvil, el viento lo agitaba, y testigo de pisadas, las miradas veía alzar. Soberano y sugestivo, da noticias, ¡novedades hay!
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GRACIELA PEREYRA: El tiempo que amorosamente le dedicamos a alguien nos hace siempre mejores
Es de gran satisfacción cuando se llevan a cabo las funciones que nos están encomendadas. En la escuela, solían sentarnos junto a un compañero que por alguna razón, ciertas dificultades parecían ganarle.
Cada vez que vuelve a mí ese recuerdo, siento que recibo el favor de la fortuna. Nunca se agota, ahonda en el corazón, y limpia de inquietudes mil preocupaciones, como así varias quimeras que solo ocupan lugar.
Se llamaban igual. Los conocí en dos tiempos distintos. Sus rostros se sonrojaban a menudo. Desde nuestro Uruguay profundo, llegaba todos los días a la Universidad, aquel joven de rizada cabellera y como bienhechora providencia tuve la suerte de conocerlo. Tenaz, sin corazas, llegaba como viento limpio, arrasando por oleadas, miserables comentarios. No tenía luz en su casa, un farol lo alumbraba para estudiar.
El más pequeño, tenía la luz en sus ojos berilos de aguamarina. Brilla aún en su asiento. En las tardecitas noches, al joven y valiente estudiante, lo esperaba su padre; bajaba en la ruta, y los días de lluvia un gran nylon los cubría, hasta llegar al hogar. El pequeño, caminaba solito por el barrio, ensimismado, en su manso andar. A los dos me tocó alentarlos. De ellos recuerdo que cada vez que me veían, levantaban su mano para saludar y un interminable Beatriz, llenaba mi corazón.
Cuando llamé a Graciela Pereyra, no llegué a decir nada, lo que siguió fue la eternidad en mi nombre y en la raíz genuina de esta mujer, estaba yo, reafirmando la mía, porque el tiempo que amorosamente le dedicamos a alguien nos hace siempre mejores.
Nació en Paso de la Cadena, Seccional 15 de la Localidad de San Antonio, Departamento de Canelones. Recuerda su niñez con la frescura de la impresión que sigue viva, como ese tesoro que “hace más rica el alma”. Su entusiasmo infantil aflora en la nostalgia. Echa una mirada atrás para reconocerse en la Cadena… “en el canto mañanero de aquel gallo, o en la aquiescencia dada a las palomas; que anunciando un gran día de calor, se posaban en el alfeizar de su ventana. Revela estados esenciales como “los pasos presurosos pero muy suaves de mi madre, y las palabras bajitas de mi padre para no despertarme”. La leña, el fuego, el pan horneado, y la leche tibia, todo indicaba que era un nuevo día, y como tal una nueva oportunidad”.
En el amparo de su amada abuela, no había sucesos nimios, por el contrario, crecen en el carácter de cada palabra, en las charlas cómplices a media voz, en los encuentros en puntillas traviesos y en los disparates que enamoran. Se pincela en sus mejillas ese arrebol, cuando se ilumina de recuerdos, de tierra virgen, trabajada con esfuerzo, esa que alimenta sin cesar para luego rebosar de gratitud. En ella reposan sus sentidos, y en el amor y dedicación de sus padres, las virtudes que hoy se yerguen protagonistas.
Hoy las mañanas en Canelón Chico, zona rural del Departamento de Canelones, están perfumadas de preticor, que todo impregna, que anuncia la bendita lluvia, esa que se espera, y acompaña la frescura de la albahaca o el inconfundible aroma del cedrón. En el maravilloso campo y su tierra recién arada, en su pristina pureza llena de esplendor, Graciela arropa a la familia, esa “combinación de amor, paciencia, comunicación y mucha perseverancia”.
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EL ENIGMA DEL MANUAL
Bien merece unas líneas, el pequeño enigma del manual, donde se percibe su pulso, porque en su revés, otra historia comenzaría.
Sale ahora, fuera de su propósito y nos introduce en un océano de pasiones, en donde su segunda lengua, el Italiano, no perdería su valor aquí, muy por el contrario lo ganaría en los sonetos de Dante Alighieri, en la poesía de Ada Negri o Giosue Carducci. La describiría mi bisabuelo Ernesto, como modista, pintora, empapeladora, cocinera y tapicera, excelente repostera, así era.”Mostrasi si piacente a chi la mira, che dá per li occhi una dolcezza al core, che ´ntender nola puó chi no la prova”(se muestra tan agradable a quién la mira, que a través de los ojos da una dulzura al corazón, que no la puede entender, quién no la siente).
La visión de Ana Armand Ugon se hace más amplia y más comprensible ahora. El pensamiento de mi abuela Beatriz y de tantas exquisitas mujeres de su tiempo, se funde puramente en la mirada vanguardista, y en la impronta de esta maravillosa precursora, para la cual el tiempo no debía pesar en las manos de la mujer que concibe, por el contrario, debía ser utilizado con provecho. Quería que tuviera tiempo “para agradar más a los suyos, familiarizándose con las bellas artes que elevan el espíritu, porque en las artes hallarán nuevas fuerzas de progreso”. De esa forma el tiempo parecería corto y firmemente convencida, afirma que al trabajo manual e intelectual debía sumarse algo más: un tiempo para el deporte.
Ana trabaja persistente, para darse un carácter moderno, que se adelanta, que pisa firme, que innova, que impone nuevos valores y técnicas, y que se abre paso vigorosamente, imprimiendo desarrollo y progreso. Saca provecho de la maravillosa naturaleza en la conserva de estación, que salta, que hierve y que espuma, para luego esperar.
Las Escuelas del Hogar se envuelven en esa luz, son hoy un organismo vivo, alimentado sin cesar por docentes y comisiones, porque rebosantes de fecundidad, son trabajadas con el amor que se exprime exhausto.
Desbordan en las historias de sus primeras docentes, que del campo en Charret, llegaban al Hogar de Nueva Helvecia, con huevos, y grasa de cerdo, porque era preciso mucho afecto y mucho esfuerzo, para remendar el faltante. Es el espíritu que hoy se apodera de las Escuelas que saben que cada utensilio que llega es una semilla. En esta obra docentes y Comisiones de Fomento, labran y reciben a cambio la gratitud de quienes salen respirando con fuerza, proyectándose con el nuevo carácter que ahora, sus ojos ofrecen.
Saben que los recuerdos, las lágrimas y la necesidad en tiempos difíciles, tejieron sus fibras, propiciando la creatividad. Es la historia misma de los inmigrantes, es la historia que se funde en las Escuelas del Hogar, donde “hacer milagros” sustituir recetas, y traspasar antiguos secretos sería virtud desde sus comienzos. Allí, donde los recursos son escasos y las elaboraciones mucho tienen que ver con la disponibilidad; es el amor y el esmero, el que salpica las recetas de ingenio, aun, con materia prima muchas veces modesta.
En ese marco, la cocina de estación, llega poblada de visiones. Destinada a perdurar, se transforma en guía de consulta, donde el aprovechamiento de recursos y la imaginación que se agudiza son enseñanzas para la vida.
Dar herramientas es la esencia más pura, y es rendir tributo a esos ideales pristinos. En ellos las Escuelas del Hogar se nutren, crecen, se adaptan a los tiempos, y honran los oficios.
En ese empuje interior, la vestimenta se abrió también camino con fuerza, porque de hueso, madera, o metal, la aguja a través de la historia, y con sus 50.000 años de existencia, utilizando hilos o cordajes, unió piezas y dio abrigo, para terminar siendo finalmente un arte.
Sano y eficaz elemento formativo en las escuelas, desde cursos reglamentados, hasta simples y precisas clases, el saber además de ser útil, construye identidad, y transforma. Envueltas en patrones, libretas de medidas, revistas, y el uso de pequeñas herramientas, las alumnas estrechan lazos, y en medio de espacios amenos, comparten no solo conocimientos sino experiencias de vida.
Reparar, añadir, estrechar, “hacer tu propia ropa” genera orgullo, logrando una capacidad de ahorro valorable, en medio de algo que sobrevuela a todo: el reto de crear.
Para Ana Armand Ugón no era el rol doméstico “el único destino”, y en su visión moderna y amplia lo ofrece como un aspecto más, pero lo entiende, como una “gran tarea casera y patriótica”.
Hoy las Escuelas trascienden, y alimentando la habilidad de soñar, visualizan con fuerza el futuro. Sus virtudes se reflejan en los ojos de muchas de “sus niñas” como en los ojos de Verónica…que elevó su mirada con humildad. Salió, estudió, proyectó su sueño y volvió con determinación, porque “hacer prospero el hogar, y mejorar por su intermedio el rincón del mundo en que se vive es engrandecer a la patria”
ANA ARMAND UGÓN Y LAS ESCUELAS DEL HOGAR: Ese rincón en el mundo al que todos querían llegar
Esparce así su brillo en su conducta, en medio de una naturaleza que sabiamente observa sus leyes. Su esfuerzo, alimentado por su profundo conocimiento, fue orientado y llevado por la senda que ella ya, había trazado.
Lejos de amilanarla y luego de más de un año de preparación, un 8 de marzo de 1918 abre la primera escuela del Hogar, en Colonia Valdense. Sucesivamente se crearían 14 escuelas más.
Un 20 de abril de 1918 dicta su primera clase en las llamadas Escuelas Agrícolas del Hogar y en 1923 se gradúan las primeras profesoras. En 1934 quedan oficializados como centros de enseñanza, contando con reglamento y programa.
El texto sería el libro de Ana Armand Ugón que en 1925 se titularía “Libro de Cocina” pasando a denominarse en sus siguientes ediciones de 1933 y 1957 “Libro de Cocina y Organización Doméstica.
Quién lo tiene en sus manos, encuentra una exquisita inspiración, porque cautiva, desde sus paisajes sepia, hasta esa divina cadencia, que evoca otro tiempo; de hogares que humean tempranamente, de aromas, de leche y café, de miel ámbar como la mañana.
El libro de Ana deleita, ilusiona, de naturaleza primigenia, descubre mi infancia y mi primera juventud. La retina rebosa de colores que como en una paleta, se funden en cientos de flores que manos laboriosas ornamentaban en manteles eclipsando por su gusto y prolijidad. El orden, la inmaculada loza, el cuaderno de gastos y las piezas perfectamente aseadas, son el bálsamo de un tiempo de tiempo, el que dicen se fue.
Así, concede su gracia y eleva mi melancolía, porque un manual de inspiración era el maravilloso cuaderno de cocina que mi abuela Beatriz, llevaba con esmero. Ambos descubren en lo compenetrado, una inmensa verdad. Son los sabores, los colores, las imágenes exquisitamente seleccionadas y pegadas con esmero. Y es esa fuente inagotable de vivencias personales: recetas veneradas, la cuidadosa indicación de la portadora de tales secretos, y los pequeños homenajes que brindaba a quienes estaban emocionalmente vinculadas a su vida, la que hace distar una mera narrativa culinaria, de un maravilloso manual de recuerdos.
Su manual de inspiración, que data de 1936, es un manual de sugerencias, que encanta por su caligrafía refinada, que no cae en la rigurosidad de medidas y de pesos, ni de destrezas culinarias, sino que deja espacio a la inventiva y a la sugestiva imaginación de quién lo revela.
Breves y cuidadas descripciones, y un índice prolijo, van lentamente integrando un excelente documento de consulta, introduciéndome en otro tiempo, en otro orden, adobando la preferencia de cada comensal, en metódica organización llevada, con total conocimiento de economía doméstica, de recursos, de ahorro, higiene, y progreso. El avance científico, logra la tecnificación del hogar, y con eso la facilidad, sintiendo el disfrute de la tarea.
Cada aniversario, llevaría entonces en él, el goce de su elaboración, la cantidad de comensales, el manejo de las cantidades, el presupuesto familiar, y el conocimiento de los alimentos, que darían paso así, al correcto uso de los horarios, para llegar a tiempo con la bonita mantelería, y los detalles que harían que su casa fuera ese rincón en el mundo al que todos querían llegar.
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ANA ARMAND UGÓN Y LAS ESCUELAS DEL HOGAR: En medio de una naturaleza que sabiamente observa sus leyes
Colonia Valdense es una hermosa ciudad jardín, serena y cálida, donde las rosas, pomposas como reinas despiertan suspiros y embriagan, en medio de una armonía rica en cromatismos. Los rostros del Piamonte allí se reflejan, son resquicios de la memoria que se resguardan y reposan en las historias de sus fundadores.
Llegan a nuestro país en 1856 provenientes de Villar Pellice en busca de una vida mejor. Toma su nombre de Pedro Valdo, fundador del movimiento religiosos “Los Valdenses” y si bien no se establecieron inmediatamente en el Departamento de Colonia, fue Florida el punto de llegada, para luego de una breve estadía, desplazarse a Rosario Oriental, surgiendo así Colonia-madre y Colonia Cosmopolita. La ocupación territorial se ampliaría, ya que en sucesivas oleadas se formarían un gran número de pueblos, tanto en Colonia como en Soriano.
En medio de esa memoria viva nace Ana Margarita Armand Ugón, un 30 de mayo de 1882. Hija de Daniel Armand Ugon y de Alice Rivoir. Su padre llega a la Colonia Valdense del Rosario Oriental en noviembre de 1877.
Este hombre sobresalió en un género de vida y brilló con gloria. Doctor en teología, Pastor y Profesor, Daniel Armand Ugón creó varias escuelas de enseñanza primaria en las colonias de población valdense, que afincándose en el departamento, fueron sostenidas por largo tiempo por contribución privada.
En 1888 funda un Liceo de Enseñanza Secundaria, el primero en zona rural siendo reconocido posteriormente y habilitado por la Universidad de la República. El Liceo que hoy lleva su nombre es donde Ana cursa sus estudios secundarios, que una vez culminados le permitirían trasladarse a Montevideo, a estudiar Magisterio, recibiéndose de Maestra de 1er, 2do y 3er grado.
Con dicha formación obtuvo por concurso la Dirección de la Escuela No. 26 de Colonia Valdense con su conjunto de seis ayudantías en las zonas rurales, que habían sido fundadas por su padre a fines del Siglo XIX. Paralelamente se integra al cuerpo de Profesores del Liceo, ayudando a su padre en las clases nocturnas, y cabe destacar que organiza el Parque escolar “Claudio Williman” como así también la creación de la Liga Femenina de Colonia.
Por entonces y bajo iniciativa del Senador de la República Manuel B. Otero se presentaría al parlamento un proyecto para enviar a Europa a un grupo de maestras a los efectos de estudiar la organización de las Escuelas Profesionales del Hogar Urbano y del Hogar Agrario. Ana estaría dentro de este grupo de becarios, que zarparían hacia Europa en 1911.
El viaje vendría a sacudir, a encontrar, sería arteria desbordante y un profundo movimiento del alma que sale al encuentro del carácter. El vértigo que significaría el porvenir, se verificaría en el propósito de aprender.
Se inscribe en la Escuela de Marchin en Bélgica; Economía doméstica, Higiene, Avicultura, Horticultura, serían parte de la curricula. Visita todas las escuelas ambulantes del hogar también lo hace con las fijas, así como también los Institutos de Lechería y Agricultura, no siendo menor su pasaje por las fábricas Giessen Niewkerk en Holanda donde se elaboraban quesos, en especial el Gouda.
En igual rubro trabaja en la fábrica Hofkaarpel y siguiendo por Alemania, Suiza, Italia, Inglaterra y Francia, la horticultura, la apicultura, la lechería, completarían por fin todo ese mundo armónico y analógico, de impresiones, de inspiraciones, que se graban con claridad en su espíritu. Otro motivo de satisfacción sería llegar a la Escuela Cordón Bleu.
Retorna al país en 1913 reintegrándose a sus cargos, y con presura, seriedad y confianza organiza material y programas para los cursos intensivos de Enseñanza Agrícola del Hogar, a llevarse adelante en las escuelas rurales de San José, Canelones y Colonia.
La ampliación de la experiencia es suspendida por falta de apoyo económico oficial. La indiferencia, que se muestra en tímidas respuestas y la incomprensión en cada campaña emprendida, no hizo más que acrecentar su templanza. Ana ponía en sus labios y en sus actitudes palabras y gestos que evidenciaban su férreo carácter.
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HORACIO CHOCHO. Atravesar la prueba del tiempo.
El timbre fuerte de la bicicleta, ese que trabajaba con los rayos de la rueda delantera, alertaría a una chiquilina de 14 años de nombre Mirta, con la que se casaría en 1968. Pocos años después nacería su hijo Luis Horacio.
Con la partida de su mamá María,su padre Liébano, contando con 93 años, vió transcurrir el tiempo deprisa.
Sintió entonces su vida, sin cesar herida.
Buscar un bálsamo que calmara esa herida, sería a la postre para Horacio y Mirta un viraje en el destino para ver todo transformar. Sintieron entonces que algo florecía como una luz sibilina: estaba en sus manos no olvidar el tiempo transcurrido. Es así que Mirta le pide a Liébano construir una carreta pequeña, como la que él usaba por aquellos tiempos.
Y como quién ofrenda su esencia, sin importar haber perdido la habilidad de antaño, con pequeños palitos, la termina. El resultado no sería el mejor, pero había aun un caudal fresco de conocimiento que llevó a Horacio a proponerle replicarla juntos.
Enterados del lugar, donde aquella antigua carreta suya yacía dormida, comenzaron a dar forma al sueño. Tomar medidas, hacer un croquis, reproducir las piezas, compensar pesos: sería parte del disfrute, y un merecido ajetreo del alma. Imposible era ahora acallar el corazón.
En noches que pasaban en silencio, donde no había caminos, solo trillos, aquella carreta transitando en campos abiertos, debía llevar lo necesario. Un barril de agua, porque no siempre estaba a mano el manantial, una olla para cocinar, una escalera, herramientas, y la infaltable lata con grasa para las ruedas, serían los utensilios que Horacio intentaría replicar.
Cada buey tenía su nombre que curiosamente obedecía a pares: Pimpollo y Jazmín, Golondrina y Primavera.
Su arte, pronto se llena de visión pero también de técnica y con grados sutilísimos va recomponiendo la historia.
Observador agudo, su facilidad de mano y la simplicidad para extraer lo más puro y esencial de las cosas lo coloca en posesión de búsqueda.
Descomponiendo para ese fin, cualquier objeto tradicional, comienza a producir pequeñas obras maestras dando vida a otros tiempos.
La máquina de esquilar con dos tijeras marcaría la senda. Construida con un motorcito sin marchar, es su esposa Mirta quién lo anima a darle emoción. Una chispa necesitaba, un motor en funcionamiento. La vieja revista Hobby del año 46 la encendería. El croquis de un motorcito que marchaba a aire, sería el puntapié inicial para dar movimiento a todo lo que vendría.
Viejas fotos, almanaques inspiradores, reseñas antiguas, todo es historia para contar, en ese lugar amigable que es su taller. Algunos días, sin descanso, cuando vibra una idea, y la inspiración empuja, una pieza ve terminar. Otras veces en medio de un tiempo minuano da pausas, da un respiro en la morada, porque aquellas miniaturas no admiten error. No todo es incesante.
Con precisión asombrosa recrea el primer camión de su padre, el internacional del año 1935. El Leyland del año 1938, fiel réplica del primer coche que tuvo la Cooperativa de Ómnibus de Funcionarios de Ancap. Encantadoras cachilas, el antiguo carro de Bomberos, el carro del hielo, el del panadero, el carro de helados del Genovés y hasta el entrañable carro de reparto de la confitería Irisarri, quedan a resguardo en su museo.
Diseñados minuciosamente a mano, con maravillosa habilidad y detalle, Horacio Chocho envuelve al visitante en el encantamiento de su proceso y de su historia.
Revuelos en remates, búsquedas curiosas y un ahondar en viejas máquinas para conseguir esos pequeños tesoritos, lo hacen seguir caminando ahora ya, “preparando la tierra”, el arado de mancera, la pastera y el rastrillo, la segadora y la trilladora.
Homenajea a su padre y a sus abuelos, en las réplicas de la herrería de campaña, en la carpintería, y en la infaltable cocina a leña, aquella de fuego tempranero, de recuerdos imborrables, los de la cándida niñez que se atesora.
Consolidar ese patrimonio, atravesar la prueba del tiempo, y mantener el sentido de pertenencia de un pueblo hacia su legado es lo que Horacio junto a Mirta desean dejar. Nostalgia inquieta que todo lo transforma, para dejar una huella más alta, más noble, más bella.
HORACIO CHOCHO: Despertar de nuevo. Parte II
Visiones estremecidas van abriendo el viejo archivo de Horacio, para hacer brotar la magia y la imaginación. Sus primeros juguetes aparecen con la nitidez del agua descendida. Las vaquitas y ovejitas que hacía de huesos sacadas de las patas de vacas y ovejas que morían, eran imaginación creadora. Luego de estar un tiempo al sol y al agua, esos huesos quedaban blanquitos, no era más que aprender a esperar. Con él, y en sus juegos, su ciclo seguírían. Su papá –recuerda- le hacía trompitos, que construía con los carreteles de madera, aquellos que traían los hilos para coser y superando la aparente humildad de la forma, le enseñó a hacerlos bailar con los dedos.
En esa ascensión de los caminos, donde mejorar se procura, Liébano continuó trabajando, en herrería y carpintería. En el año 1948 sus padres decidieron vender la carreta, la herrería y los animales que tenían y partieron para Minas, siendo la calle Domingo Pérez el primer destino.
Con un camión Internacional del año 1935, traer piedra caliza de la zona de Carapé, era descubrir nuevos derroteros y ser firme puntal de sostén. Varios le sucedieron, más grandes, mejores: el último, le permitiría llevar cal a distintas ciudades del departamento de Rocha alternando con los viajes a Carapé.
Quiso el destino, que un golpe de acero, y un vibrar rudo sintieran en aquella bajada de Villa Serrana, cuando el camión quedó sin frenos, y no hizo menos el milagro que sus tres ocupantes: Liébano, su tío Tulio y su hermano se salvaran. Cuenta Horacio, que literalmente “quedaron en la calle”. La Pensión Gómez, perteneciente a los abuelos maternos los acogería...una pieza para cuatro.
No fueron escasas las energías para despertar de nuevo, había que erguirse en todo terreno. María comenzaría a trabajar como cocinera y Liébano como chofér. Eran tiempos difíciles, el pequeño Horacio concurría de mañana a la escuela, cursando 5to año, para en la tarde cumplir funciones de mensajero en “La boleta gratis” la tienda del Sr. Falcheti.
En el año 1954 y gracias a un préstamo de su tío Tulio Cal, Liébano adquiere la pensión y ese mismo año ingresa a trabajar en la Administración Nacional de Combustibles Alcohol y Pórtland.
Las vacaciones escolares le permitían a Horacio, correr a los brazos los abuelos paternos, donde había tiempo para los juegos, pero también para ayudar en aquellas tareas tipicas de campaña. Dar tomas, curar alguna bichera y traer agua del aljibe, era en horas y días, labor cotidiana que se coronaban finalmente junto al calorcito de la cocina a leña.
Una vez terminado el ciclo escolar, comenzaría sus estudios de tornería en la Escuela Industrial.
En 1959 comienza a estudiar Electricidad, cursando solo un año, porque una gran oportunidad llegaría de manos de su Profesor de tornería Enrique Cremona, que ya pronto a abrir un taller, le ofrece su primer trabajo como tornero.
Recuerda que estando en segundo año de la Escuela Industrial recibe una beca, y con parte de los treinta pesos que recibiría por mes, llegó a comprar una bicicleta en un remate, siendo desde ese momento, su medio de locomoción para transitar las doce cuadras desde su casa al taller.
Mucho genio, una férrea voluntad aplicada, y una rapidez especial, donde “no había que explicar dos veces la misma cosa” fueron motivos contundentes para que Enrique Cremona lo llamara a su taller.
Continuará
HORACIO CHOCHO: El jardinero de ojos de rulemanes
En la sencillez y nobleza de sus manos, remonta el curso de la historia. Nos hace respirar el aire que otros han respirado, devolviéndonos sensaciones y sentimientos olvidados. En esa lucha vana contra el tiempo sale airoso, porque va emprendiendo con minuciosa genialidad una tarea de grandeza incontestable. Observarlo trabajar, es ser parte de la ternura de la reminiscencia, porque cualquiera sea la complacencia que Horacio Chocho haya tenido con cada pieza, nos hará sentir un vínculo afectivo con la más pura herencia.
En Minas, su Museo de Réplicas en Miniaturas es meta venerada por cuantos transitan por esa hermosa ciudad.
De aire perfumado y cielo azul entre las sierras, esta tierra vuelve solemnes mis recuerdos de la infancia, que parecen aquietarse, en esa divina perfección que ve plazas anchas e inmensas fuentes.
Aquel cadencioso trayecto en tren, de entrañable y monótono sonido, iría dando paso al maravilloso reposo de los sentidos. Impresiones celosamente guardadas, de aromas de sopas caseras, de café fuerte y panecillos con sabor a secreto. Participar en la vida de sus habitantes y su tierra, como así dejarlos entrar en la mía, sería el tesoro que el tiempo me traería.
La frescura del agua, riega el jardín florido que Horacio Chocho y su esposa Mirta cuidan amorosamente en su casa-museo, atenuando el rigor de un verano implacable. Aun así, eleva la gracia de los rayitos de sol, y ofrece brisa a los pensamientos. Las rosas de la pérgola, perfuman delicadamente el espacio, exigiendo casi el suspiro. Allí florecen vigorosamente: en un lavadero antiguo, en un carrito de bebé, o una añeja bicicleta.
El Jardinero de ojos de rulemanes, mantiene la vista fija, se apodera del lugar y me invita. Para él, el paisaje no se repite, los visitantes son muchos. De nariz de bujía, y boca de resorte, mueve graciosamente su cuerpo de extinguidor, gracias al balanceo de sus piernas bien amortiguadas. Todo allí, lleva a la febril creación de este artista.
Invito a Horacio a viajar al pasado, pero lejos de alborotarlo, le ofrezco mi espera, sabiendo que esa memoria viajera necesita un momento: pero me sorprende, y en minutos me envuelve en otro tiempo. No deja fugar los recuerdos, tocan su alma, dibujan una sonrisa. Expresa sus pensamientos sin incomodidades, con dignidad, y lo hace con cuidada discreción.
Nació un 6 de abril de 1942, en un hogar humilde. La familia vivía en dos de ranchos de terrón con techo de paja y piso de tierra cupím. Uno de ellos era cocina y comedor y el otro dormitorio. Lámparas y faroles a mecha de querosene o velas alumbraban la noche, y cuando no había querosene, candiles de grasa. Su padre Liébano Chocho, era carrero, lo cuenta con orgullo, llevaba los productos de la campaña a San Carlos o a Minas y de regreso los surtidos para los almacenes de ramos generales que estaban en campaña. Tres días para ir y otros tantos para volver sería el tiempo demandado.
Un mes en ir y volver, le llevaba a Liébano trasladar la carga de cal, desde Carapé a Chuy. Su mamá, María Torcuata, quedaba al cuidado de Horacio y de su hermano, ocupada en diversas labores, las propias de cada día; cortar leña, traer agua de la cachimba, hacer la quinta, cuidar los animales, y resolver problemas, los cotidianos, los de la vida, en base a lo que tenían.
Continuará....
LUIS PEREZ GUERRA: EL PARQUE SIN NOMBRE
PARTE II
En medio de un ritual que se repetía, supo saborear también el sentido de pertenencia, identidad y fuerte arraigo que posteriormente volcaría en una vida de loable servicio.
A los 11 años, entra en la Universidad del Trabajo y, de allí egresa como Mecánico Tornero, completando los 3 años de preparación. Con 13 años entra en el taller de José Pedro Castellón, su primer trabajo, y allí abre una nueva página de vivaz e inquieta actitud receptiva. Al fallecimiento y cierre del taller de Don Castellón, continuó en el taller de motos de Alfredo Palacios, durante veinte años.
Llegan oportunos ahora, los recuerdos de la algarabía que los Raid Hípicos causarían en Eustaquio y Luis, porque aquellos relatos llenos de emoción los mantenían pegaditos a la radio. Visiones ávidas, que hacían deslizar la vida en plenitud por aquel entonces. Las picardías de los cuentos, el caudal de historias y leyendas y el inconfundible sonido de los cascos; fueron deslumbrando a Luis que ya veía aparecer su pasión por el relato.
De suplente y de mirón en Radio Patria, que emprendía su reapertura, recuerda con cariño sus primeros pasos junto a Walter Serrano Abella. De esa voz inconfundible de la radio, el de los cuentos y los poemas, el de más cientos de historias, el recitador y el defensor de nuestra música popular, sintió decir: ¡qué entre Perecito al ruedo!. En buenas cuentas su atinada observación rindió sus frutos. La primera transmisión un Raid en Vergara. Luis supo que vivía un sueño pero su pasión era el ciclismo y en los años 90 comienza a transmitirlo, sintiendo por entonces que el paisaje se completaba.
Como Operador en Hora del Campo con “El Serrano”, y locutor en Buenos días con Luis Piñeiro, Luis irrumpe como la primavera, chispeante. Es esa fronda que todo lo cubre, es su saludo un fuerte soplido, ese que solidariza con todo y todo multiplica. Su gran momento estaría al llegar.
Motivos extrajo de la sociedad de aquellos días, de esa que conocía, sufría y vivía. Lejos de cómodos sitiales, se abrirían caminos, muchos, diversos.
Su primer programa “Amargueando con Usted” lo llevaría a recorrer 55 escuelas rurales durante casi 7 años. Su vida y su trabajo se reducen allí donde bulle la idea vigorosa.
Época dulce, tan dulce como los ricos caramelos que tantos niños esperaban, con la misma alegría que esperaban un cuaderno, un lápiz, una goma. De tanto andar, animado por aquellas sonrisas, penetrando con impacto sobre la conciencia pública, conquistó presente y futuro.
El nacimiento de su hija Yesica, en años mozos, llevaría a Luis a poner también la energía en su propio taller de motos, meritorio antecedente que ayudó en tiempos de cambios, esos que había que atender y que la nueva vida pincelaba. La radio acompañaría cada etapa. Eustaquio y Ramona entibiarían su recuerdo; faltaba ahora el cobijo del abrazo.
Luis llegaría cada semana a una escuela rural, y esa jornada sería un día diferente. Era más que vivenciar el encanto de “amargueando” en cada lugar, era estrechar los hilos que Luis tejía, junto a un equipo, que no dejaba nada al azar. Había una visión clara, traducida en acciones concretas de ayudar.
Esa red de afecto, la solidaridad cara a cara, era sin más habilidad enseñada y aprendida. Aquellos pequeños, mucho sabían de elevar esa capacidad.
Ya no sería tímida promesa soñar con un encuentro de niños rurales en Treinta y Tres. Ese primer y gran encuentro, se llamaría Dionisio Díaz.
Tal esfuerzo necesitaría de manos laboriosas y nobles corazones.
Aquel parque que permanecía sin nombre, a instancia de su hija logra llamarse como el heroico niño de Arroyo de Oro para abrir así, el arca del milagro.
Declarado de Interés Departamental, un 24 de noviembre de 2011, 500 niños rurales, disfrutaron de magos, paracaidistas y de aquellos personajes mágicos de los cuentos infantiles, que circularon entre ellos en un día de ensueño. Jubiloso fue el éxito, y sordas quedaron las calles ante el tronar del parque que vio teñir el azul a la hora del crepúsculo.
LUIS PEREZ GUERRA: EL MICROFONO DE EUSTAQUIO,PROFECIA ALENTADORA Y BALSAMO DE HORAS INOLVIDABLES.
Luis tiene una sonrisa franca, una sonrisa que ofrece con la mirada, y con toda su gestualidad. Con ella invita a la confianza, acorta distancias, y distiende rostros; incluso los de ceño adusto o marcados por fatigas viejas.
Nace un 10 de agosto de 1970, en campaña. Sus jóvenes padres Fermín Pérez y Elvira Guerra, tenían responsabilidades adultas; como ser, las tareas constantes que demandaba el tambo familiar. Decididos y moderados, afrontaban las dificultades de una juventud con particularidades sectoriales; como es la rural. Otra pequeña a cargo, no dejaría a esos padres muchas opciones, sin embargo, no manifestarían la menor impaciencia en dar lecciones, que tenían que ver con el tiempo y un contentarse con esa modestia, que a la postre a “mi protagonista” lo alejaría de todo cuanto pudiera tener un objeto frívolo, lejos de asuntos que no fuesen un bien para la sociedad.
Pronto, se abrieron los amorosos brazos de los abuelos, Eustaquio y Ramona, que a los tres meses fueron para él, tibio regazo. No hubo desapego hacia sus padres, ni tampoco distancia de esa mamá, que en aquellos fines de semana de ansiosa espera, presurosa ayudaría en las tempranas tareas escolares.
“Todo cuanto nos sucede, es útil” y es útil para los demás. En Luis, y en sus confesiones, encuentro un sello de fidelidad. Erguido en esa senda, recuerda la preciosa infancia transcurrida en la templada compañía de los abuelos. Velaban también por el bienestar de 6 hijos, 7 eran en total, en un hogar que describe como “humilde de cosas” carente de luz eléctrica y de agua potable, donde no abundaban las posesiones materiales. Un hogar, que recuerda como fecundo de amor, de ejemplos y de enseñanzas que marcarían su mocedad.
La chacra hogareña de Eustaquio y su productiva quinta, le enseñarían a su ritmo, y con sus tiempos, el valor del trabajo. El galpón de las herramientas: el lugar donde comenzaría a trabajar sus sueños. Intención y forma se unirían en el micrófono de madera, ese que Eustaquio, para él tallaría. La seducción de aquel juguete sería profecía alentadora y bálsamo de horas inolvidables.
El populoso y humilde barrio 25 de agosto, lo vería pasar alegre y cantarín camino a su querida escuela No. 73, cumpliendo allí los 6 años escolares, y que con orgullo cuenta, supo terminar sin repetición.
Luis vive el recuerdo, y como un coro de imágenes que llegan para vitalizar todo, desembarca en aquellas oscuras madrugadas, donde con su padrino, se trasladaban hasta el tambo familiar. Cerraban así, un eslabón más, en esa cadena de trabajo que no conoce de feriados, que no detiene el clima, y no sabe de postergaciones. Las vacas lecheras no pueden esperar, el tambero tampoco. Diez eran los kilómetros que recorrían en bicicleta, y siendo muy pequeño sabía que aquella llegada marcaría el rumbo de ese día. En noches de cielo abierto, donde el frío llegaba al cuerpo sin avisar, el camino se llenaría de rúbricas, y en la hora más dulce de la noche, aquella relación entrañable se afianzaría.
El sonoro ruido de los tarros cantaba vida. Unos 400 litros serían suficientes para aquellas familias que esperaban con sendos tazones saborear la frescura de la leche vertida.
Continuará...
PROFESORA TERESITA CHERONI PERDOMO:ESE SUTIL EDIFICIO LITERARIO. SEGUNDA PARTE
Esa madre dulce y paciente, amante de los libros, y de la música, sentía pasión por los radioteatros, y encontrando esas almas sensitivas en aquellos caracteres jocosos, alegres o sombrios, sabía, que podían sobrevivir al cuerpo. La pequeña Teresita escuchaba aquellas “voces cálidas, susurrantes y misteriosas” en esa perfecta calma, dispuestas a cultivar su esencia. Su padre, gustaba del canto lírico, como su hermano Tito, que vivía en Buenos Aires.
Teresita realiza sus estudios primarios y secundarios en Melo y egresa en 1963 del Instituto de Profesores Artigas de Montevideo con un Profesorado de Literatura. Comienza a trabajar en el año 1965, aunque ya conocía la dinámica de la labor elegida. Ese mismo año contrae matrimonio con Raúl, también docente y se convierten en padres de dos hijos.
Con acentuado entusiasmo, Teresita desarrolla su actividad docente curricular durante treinta años, extendiendo también su conocimiento y experiencia a tareas extracurriculares y de extensión cultural. Su retiro jubilatorio en 1993, es trasformado con acierto en continuidad serena, pausada y no menos disfrutable, para seguir ligada profundamente a la docencia y a la literatura, surgiendo así una importante actividad como jurado en concursos literarios; como columnista en Semanarios y Revistas, y como quien redacta las páginas de honor, vendrían sus palabras a enriquecer admirables ambientes engalanando cualquier presentación.
En 2002 crea el Taller Literario “Palabra en Construcción” que surge como un proyecto conjunto del Ministerio de Educación y Cultura y de las Intendencias de nuestro Interior. La frase fundacional fue: “La mano me escribe y soy ahora”, de un cuento de Rafael Courtoisie, como celebración de la escritura.
Más adelante su denominación apeló a la consagración de la palabra, como esa sinfonía que cada noche Teresita me dedicara, y conocedora de ese sutil edificio literario: “Construcción” el poema de Chico Buarque, termina dando nombre definitivo al Taller, que intenta, como nos dice, construir literatura “tijolo com tijolo/num desenho mágico”.
Llegaron así, las publicaciones, una y otra, porque, según nos cuenta, hubo una rebelión de las palabras: se habían cansado de ser manipuladas, transformadas, incluso desechadas, pidieron libertad para salir al exterior, y pidieron regresar, para “seguir creando mundos, fabulando, para volver a ser leídas y convertirse en seres vivientes”
No hay nada deliberado en esos textos que interactúan con el arte. Los escritores son ilustrados por niños y adultos, y una hoja en blanco las precede, una hoja en blanco e impar.
No duda en señalar su tierra como aquella senda amplia de escritores y poetas, de espiritualidad franca, e íntima camaradería; generación de peñas y café bohemio, de sugerentes anécdotas y de juventud lírica.
Deslumbrada y saturada de inquietud, me olvido por momentos del fin que dinamiza la historia, porque en ese ambiente de justicia admirativa, sus recuerdos se arremolinan, y su habla bella se mantiene vibrando, ahora ya, en el vértigo de los días y las horas.
PALABRA EN CONSTRUCCION: PROFESORA TERESITA CHERONI PERDOMO
Una sinfonía de palabras, es el mundo de la encantadora Profesora Teresita Cheroni, y el invierno inspira a escritores y poetas.
Llevadas por él, en esas noches largas, compartimos con Teresita los más bonitos poemas, antiguos textos, clásicos literarios, y un sin fin de anécdotas. Cada noche desde su Melo natal, ese “Mundo de Palabras” fue describiendo pasiones, excitando mitos, y dado vida a decenas de leyendas. Así, llenando los siglos de luces se mueve, transmitiendo su saber, en medio de un clima que corona poetas con sugerente estética literaria.
Transportadas por la poderosa lírica, con humano sentido de humildad, se anima y comparte conmigo un cuento de su autoría. Su afinada sensibilidad, y su voz cordial como un imán, comienzan a conquistarme. Penetrante de vivencias, no se detiene en grandes relieves, porque su “Cuento de Invierno” es un relato real, simple y bello, que creyó ideal, para instruir a noveles escritores en su amado taller literario “Palabra en Construcción”.
“Sucedió en aquella tarde fría, perfumada de chocolate caliente y pincelada del color ambarino del fruto elegido para la tibia torta. Un llamado a la puerta, cantaría el amor que llega. Aquella pequeña vida cansada, “cerraría la garganta como un puño feroz y sería un golpe al corazón” El pequeño peregrino, extendería sus brazos para todo transformar. Las lenguas doradas y rumorosas de la estufa encendida, darían calor a sus piececitos descalzos, temblorosos y fríos, y “la crujiente sonoridad de las tostadas con mermelada” serían el dulce néctar, el sol, el cielo y el dorado trigo.
Quitándole por entonces gran valor literario digno de publicar, vino a mi memoria el gran poeta Horacio que al momento de evaluar que importaba más en una obra literaria: decía mantener el valor de la expresión y el contenido, aunque en ocasiones uno predominara sobre el otro. La poesía para Horacio, podía servir para deleitar, para enseñar o ambos fines a la vez. Y en esa mezcla entre lo práctico y agradable que proponía Horacio, su cuento llegaba para flotar libre y sano, y para construir una amistad que el tiempo iría tejiendo robusta.
Teresita Cheroni nace en Melo en 1942, y envuelta en los recuerdos, en ese volver a pasar por el corazón, revela ser también parte de este “hilo fantasma” que comienzo a percibir.
Historias de un abuelo que no conoció, pero que vivió en un Cerro Largo con una épica y leyenda propia. Historias que aun concitan respeto, veneración e idolatrías, esas que el tiempo fue moderando, y que finas plumas supieron plasmar en busca de separar la verdad del mito. No duda bajo ellas, resaltar “Este y Sur” y “Chico Carlo” de Juana de Ibarbourou, o “Crónica de la Reja” de Justino Zavala Muñiz.
Llena de recursos, Teresita canta su intimismo, y con exquisito filtro recuerda a su abuelo.
Con evocación certera cuenta sus pintorescas variaciones como la de hacer arribar a Melo el primer Biógrafo, ese del que Jorge Luis Borges decía ser “el que nos descubre destinos, el presentador de almas al alma, donde recurrir a Chaplin para la vindicación perfecta del mismo es obligación que me gusta”.
Aquel emprendedor, Rematador Público, creador de un teatro amateur, todo un personaje según cuentan, fallecería trágicamente en la Plaza Independencia de Melo en 1916.
Su padre Julio Cesar, tampoco lo conoció, y lejos de su madre y hermanos, que por entonces decidieron probar suerte en Argentina, queda al abrigo amoroso de sus tías, que lo colmaron de amor, en medio de una precaria situación económica.
Siendo muy joven comienza a trabajar, entrando como aprendiz en un comercio del centro. Su mocedad lo empuja a la acción y con el pasar del tiempo logra abrir su negocio: “Tienda Cheroni”, vendiendo zapatos y telas para sastrería.
Su madre Nilza proveniente de una familia numerosa, era Maestra, en la Escuela Rural Tres Islas, la del ciclo vital, donde para ella, fortalecer lazos y soñar era ser parte de la bella y tímidamente poblada localidad. Colmada de libros, la entusiasta joven hacía un corto trayecto en tren, y un tanto más largo sería en carro, hasta finalmente llegar. Aquel camino no sería en solitario, “mi cronista” solía acompañar, porque en aquel trajín del viaje la joven madre debía amamantar. Dar lo mejor de sí, sería lo que a la postre, y en tiempos distintos ambas dejarían en el aula.
Continuará...
EL INSTITUTO PASTEUR Y DON BOSCO SE LLEVARON EL ORO DE CELADE EN LA IX EDICION DEL PREMIO NACIONAL
En el Salón Azul de la Intendencia de Montevideo a sala llena, se entregaron en la tarde de ayer los reconocimientos concedidos por el Centro Latinoamericano de Desarrollo (CELADE) a la \"Excelencia Ciudadana\" y \"Ciudadanos de Oro\", así como a la gestión institucional de diversas empresas.
El Oro correspondió a 7 Científicos uruguayos del Instituto Pasteur de Montevideo y la Facultad de Medicina. Investigando la leucemia bovina ellos obtuvieron logros de interés mundial en la biología de los retrovirus, abriendo puertas para el desarrollo de nuevos medicamentos antirretrovirales humanos. También mereció el Oro Talleres Don Bosco, en sus 122 años de existencia.
Fueron reconocidas además figuras y agrupaciones de todo el país dedicadas a diversas especialidades, como ser el Astrónomo Dr.Gonzalo Tancredi, del Instituto de Física de la Facultad de Ciencias de UDELAR, los periodistas Jaime Clara, Omar Gutierrez, Carlos Zitta, la banda de músicos de la Fuerza Aérea, la Comisión Honoraria para la Salud Cardiovascular por el programa de actividad física y salud, el Círculo Católico por su aniversario 130, la Organización de Estados Iberoamericanos OEI por programas de educación inclusiva y una larga lista de docentes, productores y sociedades civiles del interior del país.
LICEALES Y EMPRESAS
Entre los más jóvenes galardonados por CELADE estuvieron los alumnos del liceo 4 de la Ciudad de Maldonado que ganaron el primer premio de la NASA por su proyecto Vulture Aviation. A nivel empresarial se reconoció a CUTCSA por su trabajo con la Comisión Honoraria para la Salud Cardiovascular y su Responsabilidad social en distintas obras llevadas a cabo por la empresa en Montevideo, a VIRVAC SANTA ELENA-por sus productos de sanidad animal, y proyectos en el campo de la investigación y a Deloitte por su labor a favor del medioambiente.
El Programa \"Ciudadanos Sin Fronteras\" del CELADE tiene la particularidad de interactuar con todos los actores sociales del país, reafirmando como prioridad de la Institución la enorme tarea de resguardar e incentivar el futuro como derecho, de nuestras generaciones, abriendo nuevas posibilidades en una mejor calidad de vida, mas humana y solidaria que supere los individualismos para el crecimiento y desarrollo de nuestras sociedades.
PREMIO NACIONAL A LA EXCELENCIA CIUDADANA 2014 “CIUDADANOS SIN FRONTERAS”
En el marco de la VIII Edición del Premio Nacional a la Excelencia Ciudadana y Ciudadanos de Oro 2014, otorgado por el Centro Latinoamericano De Desarrollo, (CELADE) ndistintos actores sociales de todo el territorio nacional fueron reconocidos por sus obras e iniciativas que en silencio entregan a diario en bien del pais.
El propósito de dicho Premio Nacional es contribuir a una formacion humanistica en valores y derechos democráticos en un proceso integracionista con vision de autosuperacion dentro del Programa “Ciudadanos sin Fronteras”
La ceremonia se realizó en el Salon Azul de la Intendencia de Montevideo, con la presencia de altas autoridades nacionales, departamentales, cuerpo diplomático y mas de 1000 invitados nacionales e internacionales.
Para CELADE, propulsor de esta iniciativa desde el 2007, es una forma de reconocer y promover las pequeñas y grandes acciones que desarrolla en silencio nuestros ciudadanos en cada rincón del pais, de ahí que hayamos instituido el Lema “ Ciudadanos sin Fronteras” acciones éstas que, llevan adelante organizaciones sociales, académicos,docentes, empresarios y trabajadores, ciudadanos ilustres cuya gestión responsable enaltecen y permiten el crecimiento económico, social y cultural del pais.
Sabemos que no hay esperanzas solitarias. Por esta razón en la esperanza que tambien es confianza y compromiso de construir entre todos,nos sentimos orgullosos de haber llegado a esta instancia, generando en la dinámica, logros muy importantes y desafios permanentes en el intercambio de experiencias que tienen que ver con la calidad y los valores tanto en la formación ciudadana como en el desarrollo empresarial.
El Premio Nacional es totalmente honorario para todos quienes participan, es ahí, donde marcamos la diferencia, porque construimos a diario en nuestro pais, la participacion ciudadana en una responsabilidad social que mueve a la sociedad toda en un equilibrio entre valoraciones y educación para crecer. Para mayor información, iremos publicando es esta página, breves historias de vida de algunos de los galardonados, agradeciendo el apoyo recibido tanto de los Organismos Nacionales, internacionales como de las Empresas, en un voluntarismo que sabemos reconocer.